Regina Barazorda is a Social and cultural Education student from Lima, Peru
Published on 24 June 2025 | South America
Desde muy pequeña supe que quería estudiar en Italia. Asistí a un colegio italiano en Perú, el cual seguía completamente el sistema educativo italiano. Eso significaba que cursábamos las mismas materias, rendíamos los mismos exámenes que los estudiantes en Italia y obteníamos el bachillerato italiano. Fue por esto por lo que estudiar en Italia se convirtió en una meta muy natural para mí. Hablaba el idioma con fluidez, conocía la cultura, y me sentía conectada con ella desde siempre. Además, tenía un fuerte deseo de estudiar fuera de mi país. Quería ampliar mis horizontes, conocer otras realidades, salir de mi burbuja y vivir una experiencia que me hiciera crecer no solo como estudiante, sino también como persona. Creo que todos, en algún momento de la vida, deberían enfrentarse a lo desconocido para aprender a adaptarse y descubrir nuevas formas de ver el mundo. Yo sentía que era el momento de hacerlo y estaba dispuesta a asumir el reto.
Igualmente, aunque la voluntad de partir era mucha, como es normal que sea, tenía preocupaciones o dudas. Muchas personas y hechos desempeñaron un papel en darme la fuerza, pero si tuviera que decir qué fue lo que realmente me dio el empujo final para tomar la decisión, diría que fueron mis abuelos. Ellos también emigraron — no al extranjero, pero sí desde sus pueblos originarios hacia la capital de Perú — en busca de mejores oportunidades. A diferencia de mí, ellos no partieron con apoyo familiar ni recursos económicos, sino solo con una mochila llena de sueños, coraje y esperanza. Gracias a ese esfuerzo, hoy yo tengo oportunidades que ellos nunca imaginaron. Y por eso siento una responsabilidad enorme: la de honrar su historia, salir adelante como ellos lo hicieron, y aprovechar cada oportunidad al máximo. En el fondo, creo que ellos me enseñaron que salir de la zona de confort es un acto de valentía… y de gratitud.
En mi curso, mi grupo de amigas está compuesto principalmente por italianas; yo soy la única internacional, pero tengo amigas de diferentes partes de Italia: Ancona, Torino, Padova, Palermo, entre otras. Muchas de ellas se han mudado a Bolonia para estudiar, pero suelen visitar a sus familias con regularidad, algunas incluso van todos los fines de semana, gracias a la comodidad del transporte en tren, que te permite viajar a cualquier parte de Italia de manera rápida y económica.
En mi caso, la situación es diferente. Yo solo tengo la oportunidad de volver a Perú dos veces al año: durante las vacaciones de Navidad y al final del curso. Esto significa que paso meses sin ver a mi familia. Durante el primer semestre, me sentí muy bien, disfrutando de mi tiempo y la emoción de conocer nuevas personas y vivir nuevas experiencias. Sin embargo, después de pasar un mes en casa con mi familia por Navidad, cuando regresé a Bolonia, la nostalgia me invadió. Me di cuenta de que había creado una vida aquí, lejos de ellos, y comencé a sentir el peso de la distancia. Mis padres ya no eran solo una videollamada al otro lado de la pantalla, sino que los veía envejecer con el tiempo. Mis primos crecían, y mi abuela tenía más canas en el cabello. Esto me hizo sentir una tristeza profunda, y en ocasiones, me encontraba llorando en mi departamento al pensar en todo lo que estaba perdiendo al estar tan lejos.
Una nueva familia en Bolonia
Recuerdo cómo me sentía al escuchar a mis amigas contar que se irían a visitar a sus familias el fin de semana, mientras yo me moría por poder estar en su lugar. Los costos de un pasaje de avión a Perú son mucho más altos que un billete de tren dentro de Italia, por lo que no era una opción volver cada fin de semana. Hubo momentos en clase en los que hablaban de la familia, y me costaba contener las lágrimas. Me di cuenta de que esto era algo que todo estudiante internacional pasaba en algún momento de su experiencia fuera de su país.
Un día, durante el cumpleaños de una de mis amigas italianas, ella nos invitó a su casa a hacer pizza y postres juntas. Éramos un grupo de diez chicas, todas muy felices de estar allí, pero justo esa semana estaba especialmente nostálgica. En medio de la conversación, una de mis amigas me preguntó: "¿Y tú? ¿No extrañas a tu familia? ¿Cómo te va estando tan lejos de tu país? Debe ser complicado..." Al escuchar esa pregunta, mis ojos se llenaron de lágrimas. No quería hacer un espectáculo ni preocupar a nadie, pero mis amigas lo notaron de inmediato. Apagaron la música y me dijeron: "Si quieres llorar, puedes hacerlo con nosotras. Sabemos que no tienes a tu familia cerca, pero nosotras podemos ser tu familia aquí en Bolonia. Siempre nos tienes a nosotras."
Fue un gesto tan hermoso y sincero que me conmovió profundamente. Todas me abrazaron, y luego dijeron: "Vamos a poner una canción en español, ven, vamos a bailar." Me levantaron de la silla y, en ese momento, nos pusimos a bailar juntas, olvidando un poco las tristezas. Fue una experiencia que jamás olvidaré, porque entendí lo importante que es tener una red de apoyo de amigos que te comprendan, especialmente cuando estás lejos de casa. Aunque nuestras culturas sean diferentes, todas estábamos en la misma universidad y, de alguna manera, nuestras vidas se habían cruzado por un mismo motivo: estudiar y compartir esta experiencia.
Ese momento me hizo sentir menos sola y, en vez de pensar en lo que había dejado atrás, me ayudó a enfocarme en lo que había ganado al estar aquí. Sentí que, aunque la distancia es difícil, tener amigos que te apoyan y entienden lo que estás viviendo es clave para tener una buena experiencia universitaria. Siempre recordaré ese día con mucho cariño.